Una procesión por el infierno del tráfico limeño
- Luis Italo Pequeño Ramírez
- 21 nov 2019
- 3 Min. de lectura
Un lunes cualquiera en Lima. Inicia la semana y cientos de miles de personas del área metropolitana más poblada del Perú despiertan para iniciar su jornada, salen de sus casas muy temprano y se dirigen al paradero más cercano para abordar el bus, tren o el carro para llegar a tiempo al trabajo, a estudiar o a hacer las compras para el quehacer diario.

Esta actividad tan simple puede tornarse peligrosa en una ciudad catalogada como la tercera ciudad con mayor tráfico del mundo. Los atascos, las demoras, el estrés, la ansiedad y la rabia son el pan de cada día. Las personas se impacientan por la luz de un semáforo o por el auto que obstruye la vía por donde pasan los corredores. Una bomba de tiempo que de cuando en cuando termina en grescas y en muerte, que hace del acto de viajar a través de Lima algo que se quiera evitar.
A José Huamán nunca le ha gustado subirse a una combi por el tema de la cultura que tiene la gente cuando está a bordo de ellas. Él se queja de que muchas veces el subirse a una implica aguantar el mal humor de las personas, que al verse apretadas en un pequeño espacio se empujan mutuamente, da lugar a malos entendidos y a momentos incómodos. Gente con mal olor, susceptible al mínimo roce, una convivencia complicada con la que lidian miles de limeños.
Para él lo peor viene de las personas que manejan estos vehículos, que acostumbrados a la "criollada", que faltan el respeto a los pasajeros y solo 10 céntimos son capaces de agredir a los pasajeros y un pequeño reclamo puede ser el último para varios pasajeros. Algo así le ocurrió a Sonia Ramirez, un domingo por la mañana cuando regresaba de una fiesta y cometió el "error" de reclamar haber sido dejada en el paradero equivocado.
Solo por eso, se ganó el insulto de la cobradora y el conductor, se generó una pelea y unos de sus hijos, que la acompañaba en ese momento, fue agredido físicamente por una de estas personas. Estos espectáculos no son cosas rara en las calles de Lima, un simple reclamo por un mejor servicio se puede convertir en una pelea más grande, y es esta expectativa por un peligro latente, lo que causa más un dolor de cabeza a los limeños que a diario necesitan de estos servicios.
Pero, ¿qué es lo que lleva a que el tomar un servicio de transporte público sea tan pesado y riesgoso para el ciudadano común? ¿Tiene que ver solamente con la calidad y cantidad de vehículos en la ciudad o también está relacionada al estado de salud mental y la estructura social misma de los limeños?
Según el observatorio Lima Como Vamos, este sentimiento que afecta a los limeños forma parte de un esquema cíclico, dentro del cual el primer detalle está en la cantidad y la calidad del parque automotor en Lima, que al verse saturado de carros particulares y vehículos informales, causan atascos enormes en las principales avenidas de la ciudad, lo que a su vez da pie a que se generen afecciones de salud en las personas, tales como fallos cardíacos, en la circulación, fatiga y otros asociados al sedentarismo excesivo generado por el tráfico.
Con la salud mental también deteriorada por estas circunstancias, es más difícil para la mayoría de ciudadanos lidiar con situaciones estresantes como el mismo tráfico o el discutir con alguien, por lo que en ciudades tan congestionadas como Lima, la violencia en los vehículos, entre pasajeros, cobradores y conductores tiene un origen multicausal muy claro.
Es el llamado "mal de la carretera", en el que las situaciones estresantes producto de la congestión vehicular provoca en las personas reacciones que normalmente no tendrían, como pegar o insultar a otra persona a la mínima provocación, y que se manifiesta no solo de esta forma, sino también en síntomas físicos como dolor de cabeza, dolor de espalda y problemas a la hora de respirar,y es así que el ciclo de violencia vuelve a empezar.
No obstante, el observatorio Lima Como Vamos y estudios de empresas aseguradoras como Pacífico Seguros señalan que esta situación puede revertirse de a pocos cambiando las costumbres que tienen los limeños, por ejemplo, usando medios de transporte alternativos como las bicicletas, y que también la legislación promueva este tipo de transportes. Hay un punto importante, nada cambiará si no se aborda primero lo esencial: la gente común, sus problemas y sus necesidades, de las que depende el éxito de cualquier iniciativa futura.
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